El tiempo, el implacable, el que pasó, siempre una huella triste nos dejó (P. Milanés)
El concepto de tiempo para algunos, nunca será el mismo que para otros. Mientras unos hacen planes de lo que quieren hacer "cuando grandes", y algunos trazan planes con arreglo a lo esperado socialmente para ellos (pareja, hijos, realizaciones profesionales) otros, como yo, pensamos en cómo vivir el tiempo ya siendo "grandes", en el sentido de ser adultos con responsabilidades.
Ser "grande" implica, además de obviedades generales como estar en situación de pareja, haber tenido hijos y realizar alguna actividad remunerada, tener desafíos respecto a cómo viviremos nuestro tiempo (nuestro saldo) como adultos.
Una vivencia compartida con coetáneos en torno al paso del tiempo, señala que éste es vivenciado en tiempos diferentes a medida que transcurre la vida. Mientras para un niño, las planificaciones son respecto a lo inmediato, y para un joven lo son en torno a lo que que se hará dentro de unas horas, meses o unos pocos años, para un adulto alrededor de la cincuentena, es vivenciado entre el balance del pasado y un porvenir que se mueve en medio de urgencias de hacer lo que no se hizo y aprovechar el tiempo intensamente, por cuanto éste se termina en cualquier momento.
Todo esto, lejos de ser una visión pesimista, lo es de un pragmatismo inclaudicable, motivado por la convicción de que las cosas suceden a otro ritmo, mucho más rápido que cuando se tenían 15 ó 25 años y la certeza de que no se puede guardar planes para un futuro más breve y de duración incierta.
La realidad, por otra parte, es sentida por cada quien de un modo particular, y eso no se relaciona con negar una realidad objetiva, que indudablemente existe y nos influye tanto como influimos sobre ella, sino con cómo la cronología particular es procesada y vivenciada.
Así visto el asunto, y desde el doble punto de vista de lo percibido y de lo que, objetivamente, queda, no hay una opción más feliz que vivir el saldo de la forma más intensa y completa, dejando de lado consideraciones acerca de percepciones de futuro, de plazos inciertos que no tienen asidero en una dimensión "real".
Cada paso anterior deja una huella, que lejos de borrarse, se incorpora a tu saco tan lleno de recuerdos, que cuando menos se imagina, aflora... (P. Milanés)
Lo anterior, cuando se ha respirado el aroma turbio de finales ajenos o propios; se ha estado en situaciones límite, o cuando se observa a algunos como una suerte de muertos-vivos, que transitan entre las rutinas y automatismos de lo cotidiano, se convierte en convicción: lo que hay es esto. He aquí el único tiempo y no habrá ocasión de desandar lo recorrido. Lo que se hizo en el pasado, ya está y no hay forma de cambiarlo radicalmente, corregirlo de manera importante u optar por caminos alternativos.
Pero perder la capacidad de movimiento vital, de acción, y simplemente estar donde se está, hoy, conduce a entenderlo como una situación permanente. Y cuando se opta por eso en el presente, difícilmente podríamos considerarnos algo más allá que estar formalmente vivos, por obra de algún decreto.
Por eso, ¿quién podría criticar a alguien que trata de convertir en intensos los momentos alegres o prolongar las situaciones agradables?
Algunos podrían decir que las actividades motivadas por tal visión son algo "inadecuado", "impropio", "desubicado", o incluso "ridículo" para la edad de quien las realiza. Pero, como en definitiva, a quien se le terminará el tiempo es a uno, esas opiniones, honestamente, me importan un carajo.
A lo que me aboco es a sentir el aroma de lo vivo, a beber el agua cristalina de la amistad, el diálogo que enriquece y nos hace ver más allá de las sombras oficiales que oscurecen nuestras energías vitales. Aspiro a entregar, en igual medida, fuerza, solidaridad y amor, sin pretender medir aquello en función de consecuencias distintas que las de provocar un movimiento, una simple y básica conmoción en la rutina muerta de lo cotidiano, para vivir juntos una existencia que nos deje estímulos para nuevas iniciativas colectivas.