sábado, 12 de enero de 2008

El valor de la palabra...

La palabra, esa diosa omnipotente, portadora de imágenes, inductora de diversas emociones, sostén seguro frente al dolor, alimentadora de sonrisas, vehículo de pensamientos, propuestas, inicios y finales, se bate en retirada ignominiosa.

La irrupción de la imagen, es decir, de la apariencia, está ocupando todos los espacios: importa más cómo se ven las cosas, qué se capta, en un vuelo rápido, y, en torno a ello, cómo hacer que las impresiones fugaces de la apariencia muten en permanentes.

Mucho se dijo acerca de las características de la imagen televisiva, donde se presentan contenidos elaborados, ya procesados por sus autores o los mandantes de éstos, que se instala apelando a un cierto canal de la actividad cerebral, que hace innecesaria la reflexión profunda. Hoy asistimos a la imposición masiva de este concepto como paradigma de la comunicación, ya sea por el lado de la publicidad, sea o no comercial, que busca convencer para lograr objetivos inmediatos a la misma velocidad con que la imagen es captada, así como en los medios de comunicación y a través del uso cotidiano de las nuevas tecnologías, que van reemplazando el encuentro cara a cara (por ejemplo, los fotologs).

Tras esto, la palabra, transmitida en la comunicación interpersonal, va perdiendo sustancia, va perdiendo permanencia, va adaptándose a la fugacidad del concepto de la imagen. En los chats es común que se mienta descaradamente respecto a la edad, el sexo, la ocupación o toda información personal que acerca al otro a conocernos, más allá de los legítimos espacios lúdicos: lo que importa es la impresión que causemos, no lo que somos.

También contribuyen fuertemente a todo esto los mentirosos profesionales en el ámbito de los negocios y la política, impúdicamente simbiotizados. Más sorprendente aún resulta que quienes han profesionalizado la mentira nos hablen de "relativismo moral", de "crisis de valores" y otros tópicos que, mencionados por sus activos destructores, hieden a la putrefacción del cinismo institucionalizado.

En la vida diaria, tanto la palabra empeñada y lo dicho en calidad de simples compromisos cotidianos ya no tiene la relevancia de antaño, desvalorizando el instrumento de la comunicación per se, la palabra hablada, y por tanto, su continente: la comunicación misma, indispensable para la vida social.

El juego de falsedades y apariencias, nos hace menos humanos, más conflictuados, menos dispuestos a escuchar y ser escuchados, porque ¿quién creerá ya cuando se diga "te amo", "eso es lo que pienso", "cree en lo que digo", si corrompemos el instrumento diariamente?, Reproducir mecánicamente la desvalorización de la palabra, asimilándola a algo tan fugaz como la imagen, es una forma de contribuir al fin de la memoria, porque en la palabra activa está radicada la huella de la interacción humana, del afecto, del pensamiento... en síntesis, de todo lo que conocemos como obra humana, que siempre, finalmente, se expresa en el lenguaje.

Por eso, a quienes somos más "antiguos" en el ejercicio de la palabra cotidiana, nos llama la atención la liviandad con que se desperdicia y desecha, olvidando que quien está ejercitando su uso, está "siendo" a través de ésta. Cuando se habla, se dicen o se escriben cosas, hay que hacerse cargo de todo aquello, para no estimular nuevos espacios a la frustración, la lejanía, los subentendidos y las reflexiones autónomas basadas en simples impresiones.

No pretendo desvalorizar la potencia comunicativa subyacente en las nuevas tecnologías, sino cuestionar que se esté recurriendo a ellas para reemplazar los encuentros cara a cara y las palabras con sentido y compromiso.

Cansa desconfiar de lo que se dice, pero las numerosas experiencias respecto a que lo dicho no es sostenible en el tiempo, y por tanto, no creíble, y que se desvanece tan rápido como pasa el viento, me induce a preguntar ¿es que tengo que aceptar que la palabra murió y que debo hacer un re-aprendizaje para descubrir si realmente sucederá lo que se dijo? o ¿debo aprender a distinguir con nuevos códigos qué es falso y qué es verdadero de lo que se expresa? ¿o esto que escribo tampoco tiene valor alguno y es una pérdida miserable de tiempo?

(Escrito en una noche portadora de fragmentos perfectamente olvidables)

1 comentario:

G. dijo...

“Ustedes me conocen, las palabras me desconocen”…

Es que se entregan en el momento injusto
cuando viene el cometa con resacas de ideas en su cola
menos elaboradas con un condimento tan abyecto
que logran a medias descubrir lo que voy sintiendo,
aquellas, son las ráfagas de consonantes que se desintegrarán
en la hora y día preciso, como estrellas fugaces.
No por eso, podrían reciclarse
hasta nuevas luces y centelleantes frutos de mi psique
que de vez en cuando asoman queriendo ser algo,
alguien, queriendo ser todos en uno,
uno en todas las letras, conjugando anhelos tan efímeros
como el ruido incandescente de sus melodías
disonantes y asonantes que llegan a mi.

Sé que alzo mis redes y quedan atrapadas
las menos exactas, enredándome y desvelándome
por lo que dije y no quise decir,
por lo que quería expresar y no pude,
por lo que quise entregarles y fue tan insuficiente.
Es que el oficio no me alcanza,
puede que tenga las mejores
intenciones pero todo queda en nada,
todo queda en el ruido parsimonioso de los minutos,
o en el rugir exacerbado de las llamas.
Todo depende de nada, depende de todo lo que explota
o se guarda con llaves en el momento,
que difícil tarea,
palabra que es cierto,
cuando esquivan los significantes
o limitan con otros
que aparecieron a raíz de las primeras letras
que quise conjugar.

No, no me explico,
si ni siquiera la palabra empeñada
en las palmas de las manos empuñadas
se salvan de ser empañadas por puñales
en la espalda,
Palabra de Hombre,
a ratos, un miedo desencadenante
por quedar en las ataduras del lenguaje
reflejado en una idea representada
en un chorro de palabras cotidianas
o cientos de ideas esparcidas
en una sola vocal gutural

Entonces, ¿Cómo las comprometo?
¿Cómo las encuentro en el valle de infinitos soles
que alumbran lo único que dije en ese último instante?
¿En ese febril instante?
Me callo, me retracto.
Se vuelven devenires insondables de vientos norteños
que arroja mi sangre.
Sé que en el momento son,
sé que luego, dejan de ser… no sé, no sé.

Me conocen, luego, me desconocen.
Palabras heredadas de la madre,
Palabras instruidas por el padre,
Palabras comentadas en las calles,
Palabras salivadas en la nada,
Palabras blasfemadas,
Palabras recicladas por infantes,
Palabras vomitadas en instantes.

¿Mal negocio?

Mal negocio

No sé…
Palabra que no sé,
Palabra, no se deja ver.